Así, con la soltura de quien lleva cien vidas vividas, me hizo el amor; mas me besó con la ineptitud del recién nacido que sólo sabe que ha venido al mundo para llorar.

21 febrero 2012

El verano es fugaz, el amor eterno

Otro año más, me bajé del coche y olí la mar. Era curioso, pero la casa que había observado durante años ese día tenía un encanto especial que me hacía apreciar mejor todos sus detalles. Entré y ahí estaba, en el techo, la lámpara de cristal que mamá compró porque decía que hacía juego con el crudo de las cortinas. En el mismo lugar permanecían las cartas con las que solía jugar con el abuelo y también el peluche de mi hermana María color azabache. También la lámpara del IKEA que papá había arreglado mil veces. Sí, todo estaba en su sitio, sin embargo, algo ese año había cambiado. Era fascinante lo bien que se dormía en un lugar de playa, desde mi balcón se podían oír las olas juguetear con la arena. El mar estaba tranquilo y la playa abarrotada de gente, algo normal en pleno agosto, pero, ahí destacaba ella, juraría por lo más sagrado que yo había visto antes esos ojos manzana que se me clavaron en el corazón como estacas. Ella andaba, yo seguía sus contoneos con la mirada. La perdí.
-Hijo a cenar.
- Voy mamá
Era de noche y habían pasado horas pero ya no podía pensar en nada que no fuera ella. Salimos pero, ¿para qué si no iba a verla? Y de repente, algo se accionó, mi corazón, mi corazón bombeó pegando galopazos. Era ella, con un fino vestido de flores que dejaba ver sus piernecillas. Algo con que soñar, pero a la mañana siguiente ya la había perdido de nuevo. Salí a pasear con la esperanza de encontrarla... y parecía que el destino jugaba a mi favor. La volví a ver y ya no se me podía escapar.
-Te he estado buscando.
-¿Perdón? ¿A mí?- extrañada.
-Sí. Por favor, déjame demostrarte que te conozco.
Sonrió, y a mí me fascinaba eso. Pasé unos días maravillosos junto a ella, era la primera  vez que iba al pueblo y yo la llevé a conocer toda la zona. Ese era el día, había quedado con ella por la noche con  el propósito de abrazarla para siempre. Llegué dos minutos tarde y ella ya estaba allí, sonriente como de costumbre, con un vestido turquesa que no le conocía  y que dejaba su espalda al aire. Estaba más bella que nunca. Todo pasó muy rápido, se hacía tarde y fuimos a la playa. Delante de las olas observamos la tenue luz de luna. Iluminaba su sonrisa de una manera increíble. Se acercó a mí y en unos segundos recordé de qué conocía a esa chica. Era la chica con la que había estado soñando días antes del viaje. Me besó, la besé,
nos besamos. Sin embargo, una lágrima cristalina cobró vida en sus ojos, se deslizó sobre sus pómulos y murió en mis manos.
-Mañana vuelvo a Madrid - sollozando.


Recuerdo perfectamente cómo iba vestida la mañana que se marchó.
- Qué guapa estás hoy, princesa.
Y volvió a esbozar una sonrisa que me llevaba a la locura. Entre lágrimas me dio un abrazo que sólo los ángeles pueden dar.
- Has hecho que crea de verdad que te conocía de antes. Te quiero.
Llegó el tren y subió. Ella a un lado del cristal, yo a otro, empeñó el cristal y escribió una frase 'volveré a por ti'. Yo le grité con todas mis fuerzas que la quería y que era todo lo que había estado esperando mientras el tren avanzaba por las vías.

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