El reloj de la estación de metro volvía a marcar las doce, esta vez en oscuridad. La muchedumbre que abarrotaba las calles hace apenas instantes ha disminuido como la tal Alicia que veía conejos blancos.
- Otro día de esos de anónimos en Madrid -
Tres minutos, corre.
El tren tan tarde llega veloz por las vías,
llega veloz por las vías,
y para lento,
y para.
Jack, cuaderno en mano, era esperanza ya rota. Tantas estaciones como minutos en su reloj de muñeca. Repentinamente, un ángel encaprichado en bajar al mundo de los vivos se encuentra delante de él. El rugido de la furia metálica, como empujándolo, obliga a Jack a abrir por vez primera en aquel Martes su cuaderno.
"
"...podría confundirse con una flor de jardín real de la delicadeza que hacía llegar. El viento de la capital había hecho de su pelo un abismo de bellos enredos castaños cual nidos de golondrinas. Perfecta figura grácil sobre un asiento demasiado vulgar si un trono se merece. Se humedece los labios sin que nadie más pueda hacerlo en su lugar, terriblemente cruel. Las tinieblas de sus cabellos dejan entrever poco a poco aquel valle de los caídos, lleno de verdor, en su más notorio auge. Criatura querida por los dioses, la distraída. Incluso su sombra se me antoja dicharachera bailando al ritmo de los zumbidos del tren..."
Milésimas de segundo,
y para el tren en Plaza,
y para.
Atónito, Jack observa cómo la musa de sus últimos pensamientos se desvanece. Pero no puede haber escritor sin musa.
Y sólo a media voz pronunciar pudo "Eres mi casa, Madrid de ojos verdes"