En el seno de una vida cambiada, nací yo.
En un lugar de importancia colectiva, de grandes privilegios y monstruos férreos, lleno de personas vacías y vacíos de personas. Predominio de sumisión y esperanzas huecas.
Gobernado por comadrejas de risa irritante que hacen sangrar a los civiles, arrebatándoles todo aquello que llena sus bolsillos de deseos perdidos. Lugar de libertad ilimitada en los papeles y dictadura en las calles, de miseria desconocida por ser discreta pero latente para todos. Donde la jocosidad es un bien escaso en la rutina de algunos y los malabares matemáticos el día a día de todos. Reboso absoluto de desesperación y rabia.
De habitantes caraduras que aprenden a trepar en vez de la fecha de la Guerra Civil o el poema XV de las Rimas de Bécquer, que defraudan y esquivan vertiginosamente aquello considerado como una obligación. Gente maravillosa, en engañar; de comportamiento denigrante, dominado por sus más bajas pasiones y absurdas creencias, pertenecientes a cuchitriles malgastados vendidos a precio de oro.
En un mundo soez, cuya descripción se muestra imposible de concluir, y al que califico personalmente como una chapuza al intento de vivir, nací yo.