Aún espero
asomarme al espejo y ver a esa lozanía de niña:
con pecas,
con dos coletas,
de cinco
sentidos intactos, sin atrofiar, de cara lavada
y días
blancos.
Que se
conformaba con besar descosidos
si eso la
hacía reír un rato; que perseguía sueños
y jamás fue
capaz de dormirse,
de morirse.
De las de
"por fin vienes, viernes"
Tan efímera
como un dibujo en la orilla del mar.
Porque pecar
nos hace ser personas, o al revés.
Todo franco.
Aún espero
asomarme al espejo y no ver a ese intento de mujer:
que se ha
caído incontables veces, pero a la par que otros, que no es caída,
aquella que,
cuando el lado izquierdo de la cama está vacío,
no quiere
quedarse un poco más. Y así con la vida.
Ve, las luces de la ciudad y aquel garabato desde el
balcón
que quizá fue para ella.
Dura de roer
hasta con el mejor anzuelo.
De época en la que lo prometido es duda,
ya que las deudas se han dejado de fiar.
La que se mide por noches sin caber en ninguna.
Tan eviterna
como un ángel caído que sabe que ha hecho las cosas mal.
Porque errar
nos hace ser personas, o al revés.
Todo
torcido.