Ella era ruda, bella testaruda,
de vida desordenada,
no tenía nada claro, se mordía el labio.
Carecía de sencillez, le sobraban los tacos.
Se enfadaba a menudo, se le marcaban las clavículas.
Sus pupilas se dilataban, se reía.
Fumaba a ratos y me quería a medias.
Me miraba intenso, me comprendía lento.
Creía que nadie estaba a su altura,
llegué yo y se puso tacones.
Ella no me atraía para nada.
Aunque supongamos que me baila en la cornisa del piso décimo quinto.
Me empezaría a matar un poquito.
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