Qué bonito confiar en una moneda las decisiones más importantes de una noche, ¿no?
Que si es cara lo mismo te muerdo y si es cruz, también. Pero no sé.
Fijaos que de elegir entre prioridades siempre preferimos que salga algo. El problema es que me veían nítida a las cinco de la mañana y desdibujada a las cinco de la tarde. ¿Quién podía elegir entre eso?
Qué calvario ni qué calvario. A ver si se nos pierde la moneda y me eliges tú, ¿no?
Menos mal que sabes besar, porque sin la moneda no entendías de nada más que desear que saliera cruz para volverme a empotrar contra la mesa.
Saliera lo que saliera la noche iba a ser sublime, sinónimo de desastrosa en este caso.
No quiero volver a tirar monedas. Una noche sólo buscaba ahuyentar el frío y un café, solo. Tiré una y acabé en las entrañas de un hostal haciendo maravillas, qué cosas.
Quien sabe si mis padres creían más en el destino y dejaban la vida pasar o creían más en el azar y quedaban para tirar monedas a una fuente.
El caso es que salió una cara cuando nací y ni me he enterado.
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