Mis ojeras ya son seis ceniceros a medio llenar. Me veo en el reflejo del televisor, elegante, escuchimizada, esbelta. Desde la altura de unos Gucci contemplo aquella cicatriz en mi nalga, vete tú a saber quién me había estado mordiendo. Me gusta verme en el televisor, quizá porque en el espejo sólo veo una sonrisa muy de mentira. Un cigarro, una reflexión: Su 'bésame' y mi 'vérsame' eran muy distintos. Me destapo, no sé si por calor o por continuar con la tontería del televisor.
A veces prefería leer en braille cualquier cuerpo que escribir en el suyo, un rosal sin escrúpulos que te acribillaba a navajazos. Quizá fuera un poco masoca, o quizá le quería. El caso es, que me veo muy guapa ahí triste en el televisor.
El enredo de mis pestañas está totalmente desligado del viento y del sexo.
Por eso mi vida carece de sentido.
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