Así, con la soltura de quien lleva cien vidas vividas, me hizo el amor; mas me besó con la ineptitud del recién nacido que sólo sabe que ha venido al mundo para llorar.

02 abril 2012

Los latidos de mi corazón se convierten en galopazos, como si fuera el correr de un caballo, conforme se acerca el día de estar en la obligación de desvelar lo indesvelable. Es tan extraña esta forma de doler... no estar segura de si volveré a ser feliz algún día, como aquellos en los que aun con el problema más temeroso a cuestas, sonreía como una novia en su boda, como alguien que ama cada segundo más. Sin embargo, hace meses que sólo soy alguien que imita el nacer de una persona: todo el día entre lágrimas, hablando con sollozos, queriendo sin medida a pesar de todo, aunque también sin esperanza. Si puediera pedir un deseo sabría perfectamente cuál pedir. Siento ganas de engullir el mundo, pero aun así siempre termino haciendo lo que haría cualquier persona capaz de comprender lo que es el sufrir, y es postrada en cama, sofá, sillón, etc, buscando una explicación a todos los por qué del destino. Creo firmemente en el destino, y le pido cada día una nueva oportunidad de poner las cosas en su sitio, de que sea todo justamente como antes, sin un milímetro de diferencia.

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