Así, con la soltura de quien lleva cien vidas vividas, me hizo el amor; mas me besó con la ineptitud del recién nacido que sólo sabe que ha venido al mundo para llorar.

25 abril 2012

Las cosas se pusieron crudas cuando empecé a necesitar algo que me mataba cada vez que lo tenía. Se pusieron nefastas cuando alguien que ansiaba ver era el que buscaba mi mal. Cuando su comportamiento execrable hacía correr día y noche mis lágrimas por los surcos de las mejillas que se me enrojecían mil veces cada semana. Y buscaba, y lo intentaba, impedir que las orillas de mi cuerpo no se erizasen cada vez que veía tu figura desdibujada en el horizonte de las calles. Le quería abrazar pero era lo que me hacía morir. El morir se nos quedó demasiado pequeño, y vivir quizá ni siquiera existió para nosotros. Con él los grandes polos opuestos de la felicidad y el dolor eran sinónimos. Lo nuestro no eran metáforas, eran oxímorones que cobraban menos sentido conforme el tiempo avanzaba con sus agujas. Sin embargo, lo que más me duele de todo aquello... es la infelicidad que me producirá el resto de mis días el saber que en mi uniforme oquedad solo tú cabes.

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