Así, con la soltura de quien lleva cien vidas vividas, me hizo el amor; mas me besó con la ineptitud del recién nacido que sólo sabe que ha venido al mundo para llorar.

19 noviembre 2013

Aún es domingo, habitación 212.
La ventana está abierta por si entra el otoño. No sé desde dónde escribo ni qué hago aquí.
El chirrido del ascensor me hace pensar que la visita es para mí. Una puerta de las de antaño te abre el paso y apareces. Te sientas al filo de la cama y hago el amago de sujetarte como si fueras a descolgarte de la vida. Traes mermelada y se me resiste. Bromeas 'tú no te resististe anoche'. La abres y me pregunto cuántos botes de mermelada más harán falta para entender que no puedo estar sola. Nos miramos mediocres, como dos enfrentados en guerra que aún no conformes con la victoria, con su último hálito, buscan derrotarse en la cama. Y van horas, muchas horas, sonrojadas por el tic-tac del reloj de encima de nuestra ropa. Me acaricia y escupe palabras incomprensibles, intrincadas, incoherentes. Creo que me quería, o algo parecido a no tener que pensar. Me pintaba en las paredes y versaba en las puertas con la intención de irse sin pagar. Todo era una mierda o es que me gustaba demasiado.
Hoy me he levantado con un 'pierde los labios en esa botella de champán, pago yo'.

No estaba. Se había ido con todo manchado de mí.
Y aún no cabe en mi certeza entender, quién es ese que me trajo la mermelada.
Pero deberíamos estar follando.

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