Así, con la soltura de quien lleva cien vidas vividas, me hizo el amor; mas me besó con la ineptitud del recién nacido que sólo sabe que ha venido al mundo para llorar.

25 marzo 2013

Juré no tirar la mierda que escribía a la basura pero siempre caía en la misma trampa, la miraba a ella y todo lo demás me sabía a poco. Imaginaos como es tener encima a una mujer con la que has estado soñando día tras día... pues que no te lo puedes creer. Fumar Lucky Strike en la ventana siempre fue mi mayor alivio pero su ausencia no se curaba ni con vendas bendecidas por Dios. Esa mujer me estaba quitando la vida, yo que nunca había necesitado nada y ahora me veía atado por sus caderas, preciosas, dirigidas por unas pálidas piernas que de finas parecía que se iban a romper en dos pasos que dieran. Siempre que se vestía no la dejaba que lo hiciese, pero cuando me prohibía que la interrumpiese pensaba 'qué desperdicio', taparse un cuerpo tan como el suyo era un pecado. No era un cuerpo exuberante de la típica Barbie por la que mataría cualquier tío parece ser. Sino que poseía un cuerpo especial, de esos en los que hay que detenerse para fijarse en él, de esos con los que todos los hombres sueñan y nadie admite: era de juguetona estatura, delgada de curvas suaves aunque firmemente marcadas, finura en cada una de sus facciones. Tenía buena ortografía, era preciosa y adicta al sexo, algo así como perfecta. Amaba de ella que, después de haber arrasado la habitación cual reloj con el tiempo, me hiciese un café exquisito que sólo he probado de ella, la mañana siguiente. Yo la escribía y ella me dibujaba, en ocasiones nos fumábamos. Era una tía insoportable cuando dibujaba, nadie la podía molestar o elevaría la voz descaradamente. Era hacerse su moño desganado y evadirse del mundo para irse a otro en el que nada podía inmiscuirse. Pocas cosas amaba de ella parece ser, ¿no? Yo era el tonto que la hacía reír... y ella, ella era mi vida.

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