Así, con la soltura de quien lleva cien vidas vividas, me hizo el amor; mas me besó con la ineptitud del recién nacido que sólo sabe que ha venido al mundo para llorar.

13 marzo 2013

Desde algún desván de Madrid la vi pasar, andando de una manera inocente. Desde aquella tarde fumarse un 'piti' allí era mi gloria y no el instante de saciar mis penas con humos de desolación. Cada día atravesaba la Gran Vía sin hacer ruido, yendo a saber dónde. Parecía que iba descifrando el mundo pues miraba los edificios con aires de 'esta casa será mía'. Y lo cierto es, que yo siempre pensaba en un 'será nuestra'. Me llamó la atención y ya era motivo suficiente como para perder la cabeza. Y se la dí. Se la dí entre unas sábanas una noche de otoño, calles más abajo de aquel alivio de desván. Ella se hacía llamar 'la mar', dicen que porque una vez penetrabas en sus ojos era imposible salir. Pero, no sé si fueron sus ojos, o toda ella, porque podría pasar por el pecado aquel monumento de mujer, que a pesar de su altivez, cuando hablaba florecía el mundo cual primavera. Tenía una voz que sabía a Legendario con chocolate, dulce y adictiva. Para mí era tal diosa que cuando me tocaba llovía, y si no llovía, hacíamos desatar tormentas en un cochambroso estudio que era nuestro templo. Le rendí culto todos los días de mi vida, a la mujer de los ojos utópicos.

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