Así, con la soltura de quien lleva cien vidas vividas, me hizo el amor; mas me besó con la ineptitud del recién nacido que sólo sabe que ha venido al mundo para llorar.

04 noviembre 2012

Siempre criticaron nuestra forma de querernos, tan pasional que escapa a las leyes de la naturaleza. Tú tan roca, yo tan cristal a la hora de romperse ante una discusión. Un simple mal gesto, penetraba en mi alma y se instalaba allí hasta que fuese olvidado, pero nunca desechado. Guardabas tus puntos de vista como oro en paño, jamás llegué a saber con seguridad que me querías, que me echabas de menos cuando no estaba, o que amabas verme por tu casa. Un día, unas cervezas antes de decirnos adiós y una confesión. Ya tan acostumbrada al dolor que ni el verso más preciado pudo remover algo en mi interior. Era triste, pero real, la fuerza sobrenatural que me había llevado siempre a soportar cualquier sufrimiento, había acabado por desvanecerse, por hacerme inmune, y ya nada parecía enloquecerme, ni la furia ni la ilusión.
Cierto es, que determinado día el destino me puso a prueba una vez más, pues puso en mi camino un obstáculo difícil de superar. Apareció en mí aquello que todos esperamos en la vida y que muchos desisten de tanto aguardar. Una oportunidad que varios desechan y muchos mueren por aceptar: alguien, la palabra es, alguien. Alguien que se te escapa de las manos, alguien que hace que pienses de verdad que has encontrado lo que sólo un par de personas entre infinitas consiguen encontrar.

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