Así, con la soltura de quien lleva cien vidas vividas, me hizo el amor; mas me besó con la ineptitud del recién nacido que sólo sabe que ha venido al mundo para llorar.

26 julio 2014

El tiempo se la llevó demasiado pronto y aún puedo escribir con ella.
Inquietante es ver cómo se quedó en la mente de todo aquel que la había visto, ya que iba sin hacer ruido.

De entre los seres más complejos ella era la primera, alguien sumido en las manías más insanas habidas y por haber. Obsesionada estaba con los espejos, buscaba uno cada hora y si le desagradaba su reflejo modificaba sus habituales barbaridades. Era una chica cambiante pero muy guapa, horrible para ella misma y celestial para los demás. Quizá mi costumbre de recordárselo fue una de las cosas que compusieron su bala mortal. Me miraba con angustia, como repitiéndome "sólo estoy intentando salvarme". Nunca se enfadaba, sólo observaba por la ventana el mundo mojado perdida en pensamientos que sólo ella hallaba y sabía. No sé si me quería, pero sí me agradecía la predisposición de morir con ella en la que se me iba la salud. Basó su existencia en el arte de disimular, actuaba casi sin querer y qué bien le salía siempre todo. Se fue apagando paulatinamente como un día de invierno hasta que la vida se cansó de mantenerla todas las mañanas.

La admiraba tanto como me hubiera gustado admirarme yo. Y la quería.

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