Así, con la soltura de quien lleva cien vidas vividas, me hizo el amor; mas me besó con la ineptitud del recién nacido que sólo sabe que ha venido al mundo para llorar.

12 enero 2013

Una casa. Ya sabéis, una casa. Una casa blanca como su tez, alumbraba las alturas de la costa. El mar embravecido avecinaba tormenta, la sal revoloteaba en el ambiente y se acoplaba en mis cabellos. Tardes de esas que invitan a pasear, arena entre los dedos. Vegetación de un hermoso verde colindaba con la casa que reinaba el lugar. Nubes hacían del sol algo pálido y sin vida, el día se apagaba y las calles se encendían a la par. Una gota de lluvia me cayó sobre la palma de la mano, erizando todo mi cuerpo. El cielo hablándome 'Échale de menos pero no le busques'. La lluvia había metamorfoseado ya mi pelo liso en algo imposible de dominar. La ventolera se introducía bruscamente en el abismo de mi vestido, azul, su color preferido. Empapada y sin rumbo, la arena pegada, los ojos en llanto. '¿Qué haces que no bajas?'. La muerte postrada a los pies de aquel escarpado barranco, caminó hacia a mi, me besó y me desvistió. La casa mirando. Todo me recordaba al del torso delgado.

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